martes, 1 de junio de 2010
Memorias de un despertador.
Hoy leí por ahí: "Sonó el despertador... y me desperté... ¡¡Se trataba de despertarse!!! Qué importa quién, cómo, de dónde, por qué." Y me recordó algo. A mi antes me despertaba el despertador, no el celular, el despertador. Le daba cuerda todas las noches. Y sonaba todas las mañanas. Era de esos antiguos, como el de la foto pero naranja. Era de mi mamá. Lamentablemente, suelo tomarle fastidio al sonido que me despierta. Ese despertador cumplía todas las mañanas. Pero un día me cansé, me saqué y lo frené de un golpe seco. Tan seco que se rompió el vidrio. Creo que el despertador no tenía la culpa esa vez, me fastidiaba todas las mañanas no porque el quería sino porque yo le daba cuerda, pero ese día, en ese momento, simplemente me la había agarrado con él. Sin decir nada, lo guardé de donde alguna vez de chica lo había sacado. Quién iba a preguntar por un viejo reloj a cuerda. Y tenía razón. Nadie preguntó por él. Y ahora yo pregunto, ¿por qué me dedico a hablar de un despertador? Bueno, le tengo que encontrar la enseñanza. Él sonaba todas las mañanas a horario, no falló ni una vez, pero la que le daba cuerda era yo, la que le ponía la hora era yo, y la que necesitaba levantarse era yo. Y lo rompí. Lo rompí porque no soporté más su sonido, o su función. Así de injustos son con nosotros, y así de injustos somos nosotros. Impulsamos situaciones hasta que dejamos de soportarla. ¿Por qué no sólo dejé de darle cuerda y lo guardé? Es dejar que llegue a un límite, y seguimos y seguimos. Es no saber frenar una situación. Por qué nos llevamos al impulso? Ahí donde sólo hay acto. Un acto seco y duro. Podría seguir hablando de la vida, pero yo sólo quería hablar del despertador... por lo menos hoy.