domingo, 18 de noviembre de 2018
LUNA
El otro día me sorprendí.
Estaba en la ventana de una amiga, era de noche y la luna se escondía. Se escondía? O salía? Porque eran las once de la noche, lógicamente salía. Porque nos enseñaron que de noche está la luna y de día está el sol. El sol y la luna no se encuentran. Uno sale cuando el otro se fue. Entonces la luna, a las once de la noche... debería estar saliendo. Pero... la Luna sale por el otro lado. Eso sí lo sabía. Mi ventana da a la salida de la luna, y mi amiga tiene la ventana opuesta, entonces debería ver la puesta de la luna. No la salida.
Pero eran las once de la noche. Me repetía en mi cabeza. Qué hacía esa media luna perdida ahí. Porque sí, se perdió. Se salió de órbita y está en el horizonte equivocado. Eso parecía mucho más lógico, que la realidad. Eso parecía mucho más lógico que contradecir todo aquello que hasta ese momento creía. Todo aquello que me enseñaron. Que me mal enseñaron o que mal aprendí, a estas alturas todavía no me lo puedo figurar.
En fin, ahí estaba la media luna perdida por el cosmos. Y ahí estábamos nosotras en esa ventana, también perdidas en el cosmos, tratando de comprender. Decidimos observarla un rato. A ver hacia qué lado se movía. Llegando a la conclusión de que estaba bajando. Se estaba escondiendo. A las once de la noche. Pero cómo? Si la noche recién empieza. Te equivocaste Luna, la noche es tu lugar, ahí es donde estás siempre, te veamos o no. En ese punto, empecé a pensar que algo entonces me estaba perdiendo. Algo no sabía sobre nuestra querida luna.
Así que investigué. No googlee como suelo hacer con todo, sino que investigué a la antigua. Porque la luna es especial. Y merecía una investigación especial. Empecé a buscarla, a mirar por mi ventana, a mirar el cielo. A buscarla, a encontrarla y a no encontrarla. La investigué y la perseguí. Pero no entendí. No entendí nada. Pero no caí en las garras de mi amado y tentador Google, sino que busqué algo para espiarla mejor. Bajé una aplicación. Una aplicación que me dice donde está la luna. A qué hora sale y a qué hora se esconde. Cuando está por la mitad, y cuándo está llena. Teléfono en mano me fue mucho más fácil seguirle los pasos. La aplicación no fallaba. Si la aplicación decía que sale a las nueva de la noche, así era. Era casi luna llena. Esa noche salió a las nueve. La siguiente noche salió a las diez. La siguiente a las once. La siguiente a las doce. Ya no la seguí, porque me vencía el sueño, pero empecé a ver, que así continuaban los días. Saliendo una hora más tarde cada día, y haciéndose medialuna hasta desaparecer. En luna nueva se suponía que salía a las siete de la mañana, pero como ya no se ve, no pude inspeccionarla.
Luego de luna nueva, otra vez tenía que verla, aunque sea una pequeñísima porción de media luna. Así que me fijé su horario de salida. Las ocho de la mañana. ¿Qué? La luna sale a las 8 de la mañana? No, no podía ser, esa ya es jurisdicción del sol. Al siguiente día salía a las nueve de la mañana. Y al siguiente a las diez. Y a las once, a las doce del mediodía. A la una de la tarde! Y ya estaba en su completa media luna. Entonces ahí me acordé como empezó todo. Claro, si sale a las once de la mañana, masomenos se está escondiendo a las once de la noche. Como aquella vez en la ventana, que la descubrí escondiéndose cuando la noche recién empezaba. No estaba perdida (claramente), sino que ya había estado en el cielo todo el día. Sólo que no lo habíamos notado.
Y así, día tras día la luna sale una hora más tarde. A las dos de la tarde, las tres, las cuatro, las cinco, las seis. Atravesando todos los horarios del día. Lo que luego será de noche. Así fue como durante el día empecé a prestarle más atención al cielo. Porque entendí que el día no es sólo del Sol. No es que nunca vi una luna de día. Ya la había visto, pero nunca me lo había preguntado. Y he ahí la foto. De una hermosa luna en una tarde soleada. Tan simple pero tan complejo.
Entonces todo esto me enseñó unas cuantas cosas. Primero, la trayectoria de la luna. Me sentí una ignorante por haber estado 27 años de mi vida sin saber eso. Segundo, el sol y la luna pueden coexistir en simultáneo. Tercero, el día no es exclusivamente del sol. Cuarto, el sol y la luna no son opuestos (como te enseñan los libros de primer grado). Quinto, la luna siempre estuvo ahí, sólo hacía falta mirarla.
Bien. Quizá esto sea una pavada. Obviamente me dediqué a explayar algunos pensamientos que para mi fueron fugaces. Pero no por eso menos importantes. En definitiva, saber qué hace la luna lo considero un saber básico. Así que aplaudo al que ya lo sabía, y al que siempre lo supo. Pero, obviamente, no está todo aprendido. Ni estuvo todo enseñado. No es casualidad que nos hayan estructurado la cabeza en forma dicotómica. El día o la noche, la luna o el sol, feo o lindo, derecha o izquierda, te quiero o no te quiero, amigo o enemigo, ricos o pobres, perros o gatos, playa o montaña, frío o calor, invierno o verano, blanco o negro, y miles y miles de etcéteras. Por eso muchas veces nos sentimos descolocados en los grises, cuando no sabemos qué sentimos, qué queremos, qué pensamos, cómo definirnos, o para qué lado patear, como si realmente hubiese que patear para uno de los dos lados, o profundizando un poco más, como si realmente hubiese que patear. Pero así nos moldeó la cultura. Tanto... que uno a veces ni se detiene a pensarlo, por más obvio que parezca. Como me pasó con la luna. Se me escapó algo tan básico como que dos mas dos es cuatro. ¿Será? Digo... que dos mas dos es cuatro?