Y estaba reposando con el resto. Un lugar oscuro y húmedo. Sólo un par de veces al día le entraba luz. Pero tenía miedo. Miedo de esa luz. Cada vez que la veía algo pasaba, alguien se iba, o alguien venía. Nada era seguro. Tenía frío. Los olores se mezclaban todo el tiempo. Pero en esa oscuridad sabía que nada podía pasarle, nada podía cambiar. Pero ¿por cuánto tiempo? Todos se iban, pero nadie volvía para contarlo. A cada haz de luz sabía que a alguien se llevaban. A veces ocurría lo contrario, y algo ingresaba para reposar con ellas. Incluso a veces era una falsa alarma y nada cambiaba. No toda su existencia había sido así. Existieron otras épocas, en otros lugares, donde veía el sol, el cielo y las formas de las nubes. Donde había pasto y árboles. Donde el viento la golpeaba y la lluvia la mojaba. Esas eran épocas. Épocas de libertad. Se respiraba aire fresco, brisa, y rayos de sol, ¿y ahora?. Ahora respiraba encierro y hedor. Ahora, sin aviso, venía la luz que la enceguecía. Se sentía envejecer más rápido ahí adentro. Había perdido la frescura, la juventud. Y había ganado miedos, temores, y preguntas que nadie se atrevía a contestar. Nadie decía nada, no se animaban a expresar teoría alguna sobre lo que pasaba ahí afuera. Sospechaba que algunos tampoco querían saberlo. No tenía noción del tiempo, no veía más que oscuridad, pero sabía que no iba a ser para siempre. Un buen día le iba a llegar el turno. Pero hasta entonces, viviría con inseguridad, con incertidumbre. Con mezclas de querer ser elegida, dominada por la curiosidad, y de no querer serlo, dominada por el miedo. Hasta entonces, viviría a oscuras en aquel frío rectángulo alargado, viendo movimientos y haces de luz de tanto en tanto.
Y así... debe sentirse una manzana dentro de la heladera.